Esas telas que ondean libres me marcan el camino. Parecen alas de paloma.
Miro un instante hacia atrás. La cama vacía, esa cama que ha sido testigo de mis desgracias. No sé cuánto tiempo llevo encerrada en esta torre. Al principio contaba los días impaciente. Luego no quería que pasasen, ansiaba esa luz del día que me mantenía a salvo de las visitas de ese salvaje.
Me arrancó de los brazos de mi padre y luego lo mató. Si, el muy cobarde mató a mi padre. Y me encerró en esta torre llena de lujos. Recuerdo mi entrada en la fortaleza. Los moros la llaman la roja. No pude evitar levantar la mirada del suelo y si mi alma no hubiese estado tan llena de odio y tristeza hubiese apreciado sus encantos. Luego me trajeron a esta torre y uno de estos herejes que hablaba la lengua de Dios me dijo que aquí permanecería hasta que renunciara a mi fe.
No levanté la vista del suelo, pero reí para mis adentros. Me sentí fuerte. En eso no podían decidir, pues no había espada capaz de doblegar éste alma cristiana. Pero entonces llegó la noche y con la noche los pasos. Sus pasos, los pasos del rey de este castillo de infieles. Ni siquiera llamó a la puerta, la abrió y tomó de mí lo que quiso. Al principio me resistía, luego comprendí que al hacerlo él disfrutaba y me limité a mirar a esa ventana.
“Isabel, conviértete. El rey quiere hacerte su esposa” me decía aquel moro que hablaba mi lengua. Pero yo me negué. “Mujer piénsalo, ahora estás viviendo en pecado. Convertida a nuestra fe serás su esposa y al menos tu alma hallará consuelo”. Pero me negué. Y los días se disolvían silenciosos, dando paso a las noches, cómplices de mi desgracia.
Esta noche no ha sido diferente. El rey ha abandonado mi lecho insatisfecho. No ha conseguido doblegarme. Soy esa tierra indómita que no se conquista. He tenido la certeza de que volverá, noche tras noche. Y es que la valentía no solo pertenece a los hombres. Así me lo enseñó mi padre. Soy como un soldado que lucha en una guerra que ya está perdida.
Las lágrimas han acudido limpiando mis desgracias y dando orden a mis ideas. He llorado por mi padre, por mi casa, por todas y cada una de las noches en las que este infiel me ha mancillado. Y las lágrimas me han recordado quién soy yo.
Y de repente me he sabido libre. Esas telas de la ventana me han mostrado el camino. Han estado ahí todo el tiempo, susurrándome un secreto que yo no he sabido escuchar. Pero ahora voy hacia esas telas, hacia esas alas que me envuelven con su murmullo. Me subo al quicio de la ventana y recibo el impacto de mi propia redención. El silencio de la noche invade mis oídos. Miro hacia atrás y maldigo ese lecho. La tela de la ventana se mueve como las alas de las palomas, que son libres. Como yo.
AUTORA: Laura López Martínez
Miro un instante hacia atrás. La cama vacía, esa cama que ha sido testigo de mis desgracias. No sé cuánto tiempo llevo encerrada en esta torre. Al principio contaba los días impaciente. Luego no quería que pasasen, ansiaba esa luz del día que me mantenía a salvo de las visitas de ese salvaje.
Me arrancó de los brazos de mi padre y luego lo mató. Si, el muy cobarde mató a mi padre. Y me encerró en esta torre llena de lujos. Recuerdo mi entrada en la fortaleza. Los moros la llaman la roja. No pude evitar levantar la mirada del suelo y si mi alma no hubiese estado tan llena de odio y tristeza hubiese apreciado sus encantos. Luego me trajeron a esta torre y uno de estos herejes que hablaba la lengua de Dios me dijo que aquí permanecería hasta que renunciara a mi fe.
No levanté la vista del suelo, pero reí para mis adentros. Me sentí fuerte. En eso no podían decidir, pues no había espada capaz de doblegar éste alma cristiana. Pero entonces llegó la noche y con la noche los pasos. Sus pasos, los pasos del rey de este castillo de infieles. Ni siquiera llamó a la puerta, la abrió y tomó de mí lo que quiso. Al principio me resistía, luego comprendí que al hacerlo él disfrutaba y me limité a mirar a esa ventana.
“Isabel, conviértete. El rey quiere hacerte su esposa” me decía aquel moro que hablaba mi lengua. Pero yo me negué. “Mujer piénsalo, ahora estás viviendo en pecado. Convertida a nuestra fe serás su esposa y al menos tu alma hallará consuelo”. Pero me negué. Y los días se disolvían silenciosos, dando paso a las noches, cómplices de mi desgracia.
Esta noche no ha sido diferente. El rey ha abandonado mi lecho insatisfecho. No ha conseguido doblegarme. Soy esa tierra indómita que no se conquista. He tenido la certeza de que volverá, noche tras noche. Y es que la valentía no solo pertenece a los hombres. Así me lo enseñó mi padre. Soy como un soldado que lucha en una guerra que ya está perdida.
Las lágrimas han acudido limpiando mis desgracias y dando orden a mis ideas. He llorado por mi padre, por mi casa, por todas y cada una de las noches en las que este infiel me ha mancillado. Y las lágrimas me han recordado quién soy yo.
Y de repente me he sabido libre. Esas telas de la ventana me han mostrado el camino. Han estado ahí todo el tiempo, susurrándome un secreto que yo no he sabido escuchar. Pero ahora voy hacia esas telas, hacia esas alas que me envuelven con su murmullo. Me subo al quicio de la ventana y recibo el impacto de mi propia redención. El silencio de la noche invade mis oídos. Miro hacia atrás y maldigo ese lecho. La tela de la ventana se mueve como las alas de las palomas, que son libres. Como yo.
AUTORA: Laura López Martínez
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