No dejo tu cuerpo.
No voy a dejar tu cuerpo. Cavo. Una fosa, en este suelo duro. Busco, algo para ayudarme. Con las manos es difícil. Me duele todo el cuerpo.
Pero no voy a dejar tu cuerpo. Lo destrozarían los animales. Lo arrasarían los elementos. No quiero dejarlo. Sé que falto a ese deber que es sagrado. Sé que falto al deber más sagrado. Pero no voy a dejarlo. Cavo. El calor hace que me escuezan las heridas. La sangre se seca en mi piel. Y sigo cavando. No pienso dejarte aquí.
Recuerdos. Debo apartarlos. Cavo. Mis manos cavan tu tumba. Tu cuerpo a mi lado lleno de heridas. La sangre no mana. Tu rostro destrozado. Maldigo la piedra que te ha matado. Voy a recordarte como siempre. Tu cuerpo perfecto. Lo admiré en la lucha cuando nos entrenábamos. Tu cuerpo regalo de los dioses. Sentí unan punzada el día de tu matrimonio, el día en que te dieron a él. Pero así lo dice el código. Tu cuerpo perfecto se convirtió en casa de hombres. Hombres perfectos para Esparta. Y ahora cavo tu tumba. La tumba que no cavé para mis hijos, aquellos que murieron por la gloria de Esparta.
Sigo cavando. El calor me abrasa. El sudor resbala y me cubre los ojos esta masa de sangre y barro. Habría de dejarte para proteger el anuncio que he de llevar a la ciudad. Pero no puedo soportar esa idea. No voy a dejar que destrocen más tu cuerpo. Voy a darte una nueva casa. A cubrirte, a encerrarte. Y los dioses te recibirán. Y llevaré las noticias a la ciudad, pero eso será luego. Primero tú, luego Esparta. Me da igual sufrir el castigo por mi atrevimiento. Primero tú. Esparta la ciudad sin murallas no se resentirá por mi afrenta. Da igual que sepan que nos acechan un momento antes o uno después.
Ya está. He terminado. Me tiemblan las manos. El corazón se me acelera cuando cojo tu cuerpo roto. No veo tu cara. Trato de limpiarla, pero no consigo verla. Voy a recordarte como siempre. Perfecta. Te dejo en tu lecho. Y siento una punzada que me hace caer al suelo. Fuimos entrenadas en la lucha, como los hombres. Pero nadie nos preparó para esto. No así. Nos prepararon para parir hijos perfectos. Para rechazar a los que no lo eran. Oír el lamento de la criatura imperfecta cayendo al abismo del Taigeto. No hay mayor fuerza en un hombre. Un hombre no se altera en ese lamento que se queda en tu memoria y congela todo tu cuerpo. Que ha albergado y parido a esa criatura que arrojan desde las alturas del Taigeto. Maldito monte. Maldito por siempre.
Y cuando has parido tus hijos se los das a Esparta. Y son espartanos. Y luego se pierden. Se hacen guerreros por la causa de Esparta. Y luchan. Y vencen o mueren. Pero eso ya no te causa la punzada en el corazón que te arranca el alarido de la criatura arrojada al vacío. O la que me causa tu cuerpo, en tu lecho. El cuerpo que ahora voy a cubrir de tierra. Para protegerlo. Primero tú, siempre.
Nos dejan entrenar nuestros cuerpos perfectos en la lucha. Como hombres. Pero no nos dejan luchar. Nadie nos preparó para esto. Nosotras éramos dos. Ellos cinco. No me importa de dónde eran. Contaré detalle por detalle todo lo que oí y todo lo que ví. Pero no la punzada que me hace caer de rodillas al enterrar tu cuerpo. Y luchamos, como espartanas. No en vano nos temen en toda Grecia. Y luchamos como animales. Ellos eran cinco, nosotras dos. Acabé con el último retorciendo su cuello. Y oí tu lamento. Ya era tarde. Tu vida se escapaba. Primero fuiste de un hombre, siempre de Esparta y ahora perteneces a los dioses. Y te vas sin saber que yo siempre fui tuya.
No voy a dejar tu cuerpo. Cavo. Una fosa, en este suelo duro. Busco, algo para ayudarme. Con las manos es difícil. Me duele todo el cuerpo.
Pero no voy a dejar tu cuerpo. Lo destrozarían los animales. Lo arrasarían los elementos. No quiero dejarlo. Sé que falto a ese deber que es sagrado. Sé que falto al deber más sagrado. Pero no voy a dejarlo. Cavo. El calor hace que me escuezan las heridas. La sangre se seca en mi piel. Y sigo cavando. No pienso dejarte aquí.
Recuerdos. Debo apartarlos. Cavo. Mis manos cavan tu tumba. Tu cuerpo a mi lado lleno de heridas. La sangre no mana. Tu rostro destrozado. Maldigo la piedra que te ha matado. Voy a recordarte como siempre. Tu cuerpo perfecto. Lo admiré en la lucha cuando nos entrenábamos. Tu cuerpo regalo de los dioses. Sentí unan punzada el día de tu matrimonio, el día en que te dieron a él. Pero así lo dice el código. Tu cuerpo perfecto se convirtió en casa de hombres. Hombres perfectos para Esparta. Y ahora cavo tu tumba. La tumba que no cavé para mis hijos, aquellos que murieron por la gloria de Esparta.
Sigo cavando. El calor me abrasa. El sudor resbala y me cubre los ojos esta masa de sangre y barro. Habría de dejarte para proteger el anuncio que he de llevar a la ciudad. Pero no puedo soportar esa idea. No voy a dejar que destrocen más tu cuerpo. Voy a darte una nueva casa. A cubrirte, a encerrarte. Y los dioses te recibirán. Y llevaré las noticias a la ciudad, pero eso será luego. Primero tú, luego Esparta. Me da igual sufrir el castigo por mi atrevimiento. Primero tú. Esparta la ciudad sin murallas no se resentirá por mi afrenta. Da igual que sepan que nos acechan un momento antes o uno después.
Ya está. He terminado. Me tiemblan las manos. El corazón se me acelera cuando cojo tu cuerpo roto. No veo tu cara. Trato de limpiarla, pero no consigo verla. Voy a recordarte como siempre. Perfecta. Te dejo en tu lecho. Y siento una punzada que me hace caer al suelo. Fuimos entrenadas en la lucha, como los hombres. Pero nadie nos preparó para esto. No así. Nos prepararon para parir hijos perfectos. Para rechazar a los que no lo eran. Oír el lamento de la criatura imperfecta cayendo al abismo del Taigeto. No hay mayor fuerza en un hombre. Un hombre no se altera en ese lamento que se queda en tu memoria y congela todo tu cuerpo. Que ha albergado y parido a esa criatura que arrojan desde las alturas del Taigeto. Maldito monte. Maldito por siempre.
Y cuando has parido tus hijos se los das a Esparta. Y son espartanos. Y luego se pierden. Se hacen guerreros por la causa de Esparta. Y luchan. Y vencen o mueren. Pero eso ya no te causa la punzada en el corazón que te arranca el alarido de la criatura arrojada al vacío. O la que me causa tu cuerpo, en tu lecho. El cuerpo que ahora voy a cubrir de tierra. Para protegerlo. Primero tú, siempre.
Nos dejan entrenar nuestros cuerpos perfectos en la lucha. Como hombres. Pero no nos dejan luchar. Nadie nos preparó para esto. Nosotras éramos dos. Ellos cinco. No me importa de dónde eran. Contaré detalle por detalle todo lo que oí y todo lo que ví. Pero no la punzada que me hace caer de rodillas al enterrar tu cuerpo. Y luchamos, como espartanas. No en vano nos temen en toda Grecia. Y luchamos como animales. Ellos eran cinco, nosotras dos. Acabé con el último retorciendo su cuello. Y oí tu lamento. Ya era tarde. Tu vida se escapaba. Primero fuiste de un hombre, siempre de Esparta y ahora perteneces a los dioses. Y te vas sin saber que yo siempre fui tuya.
Autora: Laura López
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